En los encuentros con la naturaleza, el ser humano siempre perderá de una u otra forma.
Por Yohali Reséndiz
En los encuentros con la naturaleza, el ser humano siempre perderá de una u otra forma.
En todas las coberturas periodísticas que he hecho sobre desastres naturales he compartido grandes historias de coraje, supervivencia y solidaridad, pero lamentablemente es abrumador mirar que después de cada tragedia seguimos atorados como sociedad en la misma frase: no tenemos una cultura de prevención ante estos fenómenos.
Nuestros errores son cíclicos. Ocurre la tragedia, hay damnificados, rapiña, necesidades, los medios de comunicación salen a buscar la “nota lagrimera” y ante el desastre aparecen las organizaciones que reciben donaciones de las que muchas veces ya se duda, el gobierno desempolva los curitas en lugar de entrar de lleno con una gran cirugía, la corrupción aparece, los damnificados seguirán siendo damnificados, algunos miles de donantes aportan una “despensa” para seguir en su vida cotidiana, otros más realmente cumplen con el propósito de la entrega a quienes lo necesitan y para todo lo demás el olvido aparece. Gobiernos van y gobiernos llegan y a la dolorosa cifra de damnificados anteriores se suman los nuevos porque está claro: la fuerza de la naturaleza también es cíclica y, como la mayoría de los políticos, no tiene palabra.
Lo que les voy a contar es la ruindad de quienes al final tienen el poder y la responsabilidad gubernamental de hacer frente a una emergencia.
Era septiembre del 2013. El huracán “Manuel” había azotado parte de Acapulco y como si no fuera suficiente llegó el huracán “Ingrid”. Recibí una llamada de mi entonces jefe en Grupo Imagen, prepárate porque te vas junto con Isaac López, acapulqueño y camarógrafo. Solo atiné a tomar un par de cambios, una chamarra, mis botas todo terreno y una navaja Victorinox, -regalo de mi madre.
La carretera estaba vacía y llegando a Chilpancingo el lodo la había cubierto; una de las primeras imágenes tan dolorosas fueron varias casas que el lodo había movido y el río tragado. Era ya noche cuando un helicóptero del ejército iluminó el panorama y mi cámara y yo miramos lo inimaginable, una casa de tres pisos estaba completamente ladeada, no queríamos ni estornudar porque estaba a punto de ahogarse en la creciente del río. Ahí estaba parada esperando la señal para entrar en cadena nacional y detrás mío estaban por ahogarse años de esfuerzo generacional. Estaba anclada para mi reporte en vivo con Pascal Beltrán del Río cuando escucho en mi audífono izquierdo: ¿están ahí los dueños? Pregúntales ¿cómo se sienten?, me propuso la coordinadora de información, no, no, jamás preguntaría algo tan irresponsable e irrespetuoso.
Las siguientes imágenes eran tremendas, hombres y mujeres con pantalones arremangados, con la cara agrietada del lodo reseco cargando en sus hombros a los hijos pequeños, a sus padres. Me sentí tan desdichada y lo que siguió solo fue dejar que las imágenes hablaran por sí solas y de vez en vez entraba explicando el tiempo cruel, las necesidades y el hambre que llegó después de los huracanes.
“La orden es llegar a Acapulco”, nos dijo Manuel, nuestro chofer asignado, así que seguimos con el lodo hasta los muslos y la humedad que enfría el hueso.
A unos minutos, uno de los puentes de la México-Acapulco se había desgajado y tomamos la decisión de ingresar a grabar un enlace mientras protección civil inspeccionaba. A veces esa imagen vuelve a mí, cuando dentro del cerro, mientras Isaac acomodaba su tripié, la tierra y el agua me comenzó a recorrer la frente:
-Isacc, este puente puede colapsar se escucha agua y me cayó lodo en la frente, – le dije. La imagen era terrorífica, de las paredes caían cascadas y la luz era ya imperceptible y el oxígeno comenzaba a escasear. Protección civil ya no estaba con nosotros. Aún así, logramos grabar un enlace y salimos.
La siguiente parada fue la localidad llamada Papagayo, Manuel estacionó el Tsuru en el que viajábamos y bajamos con solo lo necesario, caminábamos aún a oscuras y en minutos los primeros rayos de Sol nos mostraron la imagen apocalíptica frente a nosotros. Parecía una escena de alguna película de George Lucas, grandes rocas habían caído junto a postes y árboles.
“Yohali, no habrá de otra más que cruzar el río por las rocas y como hay mucha corriente de agua, tenemos que amarrarnos a esos cables telefónicos”, me explicó Isacc.
Recuerdo que mis manos no tenían la fuerza suficiente para halarme del cable y entonces Manuel e Isaac hicieron una especie de tirolesa donde logramos cruzar la cámara, el tripié y claro, a mí.
Caminamos mucho y de la nada frente a nosotros la inmensa tragedia.
Algunos techos flotaban como chinampas, las vacas sin vida infladas boca arriba, muebles y todo aquello que formaba parte de un hogar, pero, ¿y las personas?
-Holaaaaaaa.
-Holaaaaaaa…..Holaaaa…. Holaaa me respondió el eco.
Minutos después una lancha de motor apareció frente a nosotros.
“Este era nuestro pueblo, antes de entrar el huracán comenzó a llover, nos dormimos arrullados cuando Don José que se había levantado al baño, pisó el agua, y miró que su cama nadaba, sus gritos nos despertaron a muchos y luego replicaron las campanas de la Iglesia, entonces todos corrimos cerro arriba, sin nada más que la vida. Nadie nos ha venido a visitar, tenemos enfermos, niños pequeños con tos, con hambre, con frío, esto es muy duro, muy duro, todo lo perdimos”, nos dijo Enrique, mientras nos llevaba con su pueblo.
Al llegar hice varios enlaces. Jamás olvidaré cuando Don Francisco me dijo, ahí en ese montículo está la cruz de nuestra parroquia, ahí mismo debajo de usted, me dijo, donde está parada está la iglesia.
Me senté y abrí las piernas y encajé las uñas en el lodo, la cámara de Isaac grabó cómo mis manos descubrieron entre el lodo, aún humedecido como plastilina, la cruz católica.
Habían pasado varios días cuando recibí una llamada al teléfono satelital.
-Necesitan moverse a Acapulco, la secretaria Robles dará una conferencia y no tenemos a nadie allá. Necesitamos que Isacc nos pase la señal, solo es poner el micrófono, NADA DE PREGUNTAS, Yohali, nada.
La conferencia indignaba, “hemos repartido miles de despensas a miles y miles de damnificados las cuales contienen aceite, atún, cereal, frijoles, arroz, lentejas, galletas”.
Isaac me vio la intención y gesticuló meneando la cabeza: NO PUEDES HACER NINGUNA PREGUNTA.
Desobedecí. Pedí el micrófono y pregunté.
Secretaría, ¿también las despensas traen cerillos? ¿Traen leche para los niños? ¿Platos? ¿Alguna cacerola donde cocinar? Porque secretaria Robles, he recorrido cinco comunidades y en ninguna el ejército ha entrado, no todo es la Costera Miguel Alemán, hay discapacitados, adultos mayores, bebés recién nacidos, diabéticos, están en los cerros, no tienen donde resguardarse, no tienen agua potable, están tomando agua contaminada, comiendo vacas infladas… Mi micrófono fue apagado.
El secretario de Rosario Robles, Ramón Sosamontes, dio por terminada la conferencia. Isacc me miró encabronado y movió la cabeza. Salí a fumar y caminé hacia el Tsuru cuando en eso dos hombres me tomaron de ambos brazos.
“La secretaria Robles quiere hablar con usted, acompáñenos”.
-Suéltenme, yo puedo caminar.
Luego de subir unas escaleras y caminar un largo pasillo, la puerta se abrió, Rosario Robles me daba la espalda, tenía los brazos cruzados.
Ramón Sosamontes dijo:
Ya está aquí.
– ¿Cómo te llamas y de qué medio vienes? – Dijo Rosario Robles sin voltear.
-Soy Yohali Reséndiz y vengo de Grupo Imagen.
-Ramón, ¿a quién tenemos ahí?
-Ah pues a Pascal, Rosario.
La secretaria visiblemente furiosa me dijo que no había sido correcto lo que había hecho en la conferencia. Miró a Ramón y le dijo: llámale a Pascal.
Interrumpí.
-Es para acusarme, porque le puedo dar el número de mis papás para que me acuse secretaria aunque no creo que me regañen porque no hice nada incorrecto. Pascal Beltrán es director del medio donde trabajo, pero no es mi papá y no me va a dar de nalgadas.
-Han sido entregados millones y millones de pesos en despensas- dijo molesta.
-Solo es dinero y el dinero en estas situaciones nunca será suficiente, secretaría.
-Bueno mira, seamos amigas. Te ofrezco llevarte mañana a “La Pintada” en exclusiva en helicóptero y ahí te daré una entrevista.
-Gracias, secretaria pero el día que seamos amigos como usted y Pascal ahí se acaba la crítica. Si algún día dejo de ser periodista seremos amigas. Podrán repartir millones y millones de despensas, pero no sirven de nada cuando la población no tiene cerillos. Le propongo que en lugar de llevarme a “La Pintada”, me acompañe a todos los municipios que hemos recorrido en toda la semana. Yo misma la llevo, ¿algo más, secretaria?
Rosario Robles me dio la espalda y yo me salí del lugar, diez minutos después, recibí otra llamada:
-Hola, para decirte que te regresas hoy. Raúl Flores va a relevarte va en camino y te regresas con el chofer.
La tragedia tras la tragedia es que quienes están al frente del país y tienen el poder o el dinero aún no han descubierto para qué es; esa es la verdadera tragedia.
*Esta historia aplica para otros gobiernos.