Por la Dra. Beatriz Corona Figueroa, Profesora, Ppsicóloga y Coordinadora del Comité de Investigación del Decanato de Ciencias Sociales, Económico y Administrativas de la Universidad Autónoma de Guadalajara (UAG)
Después de seguir, de cerca y mucho interés, el drama mediático que fue el juicio de Johnny Depp contra Amber Heard hasta su tardío veredicto, me he puesto a pensar en lo que sufre Hollywood y sus estrellas.
El caso de Amber y Depp es un ejemplo claro de lo que pueden sufrir estos individuos y abundar sobre un tema tan visto y hablado no tendría demasiado sentido. No haré “leña del árbol caído” con la demandada que perdió, y ganas no me faltan, pues esa psicopatía cada vez más clara que, según diríamos los psicólogos, fue saliendo después de un inevitable y atrayente diagnóstico diferencial (trastorno limítrofe de la personalidad y trastorno histriónico de la personalidad según la opinión de la testigo más profesional o tríada oscura y narcisismo maligno según opinantes fuera del juicio).
Sin ir más lejos, y aplicándole menos ciencia, la gente que observa su lado malo la definiría con adjetivos que, no por coloquiales resultan menos acertados: insoportable, malévola, caprichosa, desequilibrada, conflictiva, violenta, manipuladora, consumidora de sustancias y maltratadora y se diría que más le habría valido conservar su carrera como actriz y modelo de medio perfil antes de dejar que “la ambición rompiera el saco” (resulta curioso que esa palabra se parezca tanto a su nombre).
Me sorprendió ese lenguaje corporal tan desagradable, desfasado, desarticulado y, cuando no falso, sobreactuado y hasta atemorizante en algunos gestos. No faltó quien la comparara con antiguas asesinas seriales tristemente célebres supuestamente admiradas por ella y otro sector del público que, lamentablemente, también hizo nefastas burlas al respecto.
Este caso es sin duda, el más importante de los que en su tipo puedan surgir y me lleva a pensar en otros casos donde especialmente algunas mujeres se están mostrando como tiranas absolutamente monstruosas que atrapan a hombres dependientes, inseguros y con dificultades de historia de vida, pero con un talento o posición que en muchas ocasiones los rescata de una vida no sólo ordinaria sino dolorosa.
Bien ha sido descubierto que el dolor no se acalla con el dinero ni con la fama, ni con las sustancias y tampoco con relaciones que parecen resultado del mismo dolor. Otras parejas de la industria de celebridades nos muestran al simbionte soñado que terminará despelucándose por propiedades y contratos mancomunados y mal manejados, una relación supuestamente “abierta” donde sólo uno de los dos parecía estar conforme con ese estilo y que con un solo gesto llevó a actuar al otro para arruinarle la noche de su vida y varios años de su carrera futura, un matrimonio donde una exactriz maneja a un príncipe con gestos no verbales que parecen de control remoto y que terminará aislándolo de todo hasta que lo exprima y lo deseche (deseamos que no, pobre príncipe), una cantante muy popular que soportó algunas infidelidades hasta que ya no las soportó y una ex periodista que en su posición de reina no ha tenido reparo en hacer desplantes públicos.
Diríamos, para citar un término psicológico, que el narcisismo cunde en ese medio y en esas relaciones, y que es hasta ahora, para usar una palabra de moda, que se está “visibilizando” de manera francamente preocupante.
No sabemos cuál será el completo desenlace de esta parte de la historia de Johnny Depp, pues los mismos comunicadores siguen cebándose con apelaciones, repeticiones, énfasis en personajes secundarios, elucubraciones, y explotación de detalles mínimos que por supuesto ya no sigo.
No sabemos qué pasará, pero sin duda ya presenciamos lo más importante. Muy probablemente veamos surgir de nuevo la maquinaria hollywoodense para explotar después de todo esto a quien le dio a ganar tantísimo dinero, queriendo pagar con eso mismo el abandono, el desprestigio y el descrédito del que lo hizo objeto para volver a ganar inmensidades sólo porque él aparezca unos minutos en sus pantallas.
El cine es un gran negocio y el público consume no sólo contenidos, también consume vidas y personas que le sigan entreteniendo mientras se sienta a observar sin pensar el alto precio que muchos que pagan los que allí aparecen y que sin duda aceptan.
Si algo nos enseñan estos casos, es que quizá podríamos comenzar a ser conscientes de nuestro propio papel en todo este juego que está protagonizado por seres humanos reales y formemos un criterio sin poner etiquetas a nadie que por pertenecer a un grupo pueda clasificar a todos los demás, pues ni la patología ni la violencia ni la mentira tienen edad, aspecto físico, profesión, género o condición social y esta consciencia es mucho más impactante que cualquier película.