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La hija de un policía

porMarco

May 5, 2022

Por: José J. Núñez P.
Desde que me di de alta en la academia de policía para hacerme oficial, no hubo nada más en mi mente que en convertirme en un elemento que le diera seguridad y confianza a la ciudadanía.
Quería marcar la diferencia, nací y crecí en un barrio populoso, por lo que la frecuencia de las patrullas, por diversos motivos, en las calles de mi colonia, era frecuente y constante.
Si bien, la fama de la cual gozaban no era nada halagüeña, me fascinaba verlos con su uniforme, a algunos con seguridad, otros con indecisión, aunque, todos, siempre listos y dispuestos a entrar en acción, para lo que fuera, detener a alguien o auxiliar a otras personas.
De esa manera fui creciendo, estudié la preparatoria, incluso apliqué para ingresar a la facultad de leyes, con la idea de hacerme abogado, dos semestres pude asistir a clases, ya que, por razones económicas, como siempre sucede, tuve que dejar mis estudios.
Me contraté en diversos trabajos, en los pocos que encontraba, con la idea de lograr un futuro, el problema era que, no había oportunidades de superación y los sueldos no alcanzaban para nada.
En ese inter, conocí a una hermosa mujer, del mismo barrio, con la que inicié una relación hermosa, en la que el amor imperaba, quería llenarla de comodidades y atenciones, aunque, sólo quedo en deseos ya que por más que me esforzaba, no lograba conseguir más en mi empleo.
La fortuna me sonrió una vez más, tuvimos una hermosa niña, a la que le pusimos por nombre Rocío, ella vino a ser todo mi mundo y aunque mis amigos y compañeros de parranda, también casados, habían tenido como primer hijo a un niño, yo me sentía feliz con mi niña.
Si bien, ellos lucían a sus hijos con orgullo, haciendo planes para su futuro, enseñándoles lo mismo que ellos sabían, con la idea de hacerlos a su imagen y semejanza, yo era feliz con mi tierna Rocío, una niña tierna, dulce, que me amaba y siempre buscaba el momento para estar conmigo.
Así fueron pasando los años y yo no conseguía un empleo mejor, me desesperaba la situación, quería darles a mis dos mujeres una situación más cómoda y confortable.
Fue hasta una noche, cuando mi niña ya había cumplido ocho años, me encontraba viendo las noticias por la televisión, cuando escuché que un policía había ayudado a una mujer a dar a luz, cuando recordé lo mucho que me gustaba ese uniforme y no lo pensé más, me di de alta en la academia de policía con la intención de trabajar en la seguridad ciudadana.
Lo conseguí, terminé el curso y me dieron de alta en la corporación, me asignaron a una patrulla y comencé a trabajar con muchas ganas y deseos de aplicar todo lo que había aprendido.
No voy a platicarles de las muchas experiencias que viví, deteniendo delincuentes, sometiendo a malvivientes que intentaron causarme daño y los ataques, traicioneros y cobardes que recibí cuando detenía a algún muchacho y sus familiares alegaban que era inocente.
Aunque si les voy a platicar de lo que ocurrió con mi niña, que ya tenía trece años, iba en segundo de secundaría y un día, en que estaba franco, la vi triste y pensativa, así que me senté con ella en la sala de la casa y le pregunté el motivo de su estado de ánimo.
Después de mucho insistirle logré que me dijera la causa, le hacían burla por mi trabajo, la ofendían al saber que su padre era policía, ella me amaba, como a su papá, sólo que se sentía mal ante las burlas y las ofensas que recibía de sus compañeras y compañeros.
Fue entonces cuando, con esa sinceridad con la que siempre había hablado con ella le dije:
Sí, hija mía, soy policía, mi trabajo es muy modesto, tú lo sabes, y apenas nos da para vivir para salir adelante, aunque dentro de esa modestia tiene muchas satisfacciones y muchas decepciones.
Pueden decir que, somos los malos de la sociedad, esa sociedad que tanto nos necesita y tan mal nos paga, y creeme Roció, nos da gusto servir a los demás, y nos sentimos importantes, cuando salvamos una vida, protegemos a un inocente, o detenemos a un criminal.
Esas, esas son satisfacciones que, en otro trabajo, no se tienen, hija, aunque sean muy pocas personas las que las reconozcan, las que lo agradezcan, las que lo sepan apreciar.
Nuestro oficio es ingrato, todos nos arrojan piedras o insultos cuando cumplimos con nuestro deber y detenemos a alguien de sus familiares, porque todos quisieran que la ley se cumpliera para los demás y no para ellos, que a lo mejor tienen la culpa.
Roció, debes de saber que la gente nos humilla, cuando nos ofrecen una dadiva, una mordida pues, para que no cumplamos con nuestro deber, y si la aceptamos, nos dicen, deshonestos, corruptos, cuando son ellos los que nos la ofrecen, y hasta nos insisten para que aceptemos.
Tú sabes, hija, que cuando salgo de casa, no sé si volveré a verte, mi niña, nuestro trabajo es de riesgo constante, en donde va de por medio, la vida misma, la integridad física de uno.
A veces tenemos que morir, defendiendo la vida y la propiedad ajena, mientras tú me esperas inútilmente, para darme esos besitos que a diario me das de bienvenida, y entonces, hija, me duele decírtelo, ya no volverás a verme, porque habré entregado mi vida, por esta ingrata sociedad que tanto nos exige, y nada nos da, muchas de las veces, ni las gracias.
Esa sociedad que nos condena y ni siquiera es capaz de pedir mejores prestaciones para nosotros, un sueldo decoroso, para que tú, y todos los hijos de los demás policías, puedan hacer una carrera, donde puedan servir, como yo, a los demás.
Si a veces no te veo, hija, no es por qué no te quiera, ni es porque, en este ingrato, pero emocionante trabajo, no tengamos horario, y es cierto, trabajamos hasta doce horas, y es sólo cuando se puede, pues a veces por necesidad del servicio, doblamos el horario de trabajo.
Lo siento hija, nosotros nunca decimos que no, cuando sabemos que otros nos necesitan para su seguridad, porque es cierto que cuando la sociedad se divierte y descansa o duerme, nosotros estamos de pie o vigilando.
Cómo quisiera estar a tu lado, vigilando tu sueño, mirándote crecer, sonriendo contigo, aunque, conformate, con verme de vez en cuando, porque no hay otro remedio, mi hija, de todas maneras, yo siempre estoy contigo, pensando en ti, porque nunca te olvido.
Y también quiero decirte, que ahora, también yo estudio, para ser mejor policía y eso también me impide verte, un poquito de más tiempo, perdoname, mi hija, me gusta ser policía, y lucho, junto con mis compañeros, para que tú y otros niños, jóvenes y adultos, puedan caminar por las calles y llegar a la escuela libres de sobresaltos y miedos, porque para eso estamos aquí y por eso, soy policía.
No importa que todos nos ataquen, y la gente nos acuse por no dejarnos golpear o matar, si tu supieras mi hija, con qué clase de gente nos enfrentamos diariamente, drogadictos, borrachos, asesinos, influyentes, todos ellos irrespetuosos y agresivos, y nosotros tenemos que… que tratarlos como si fueran gente decente.
Mi amor, deveras eso es lo que más me lastima, mi hija, que no sepan, o que no se den cuenta que nosotros también somos seres humanos y que nos duelen los insultos y las agresiones, demonios, ¿qué creen que estamos obligados a aguantar todo porque somos policías olvidados de Dios?
Lo más difícil es aguantar a los influyentes, hija, quiero que me comprendas y sepas, que por qué soy policía, porque amo mi labor, que por ser policía no puedo atenderte como te lo mereces, ni darte todo lo que necesitas.
Solo puedo darte como herencia, mi honor, mi orgullo y mi dignidad de hombre, por eso te beso, mi hija, te abrazo con mucho cariño y amor, porque no sé si volveré a hacerlo, no se si podré hacerlo una vez más, no sé si es la última vez que te veo.
Cada día, al salir a cumplir con mi deber, espero si Dios me lo permite, esa noche, volver sano y salvo a casa, para volver a verte, abrazarte, besarte, lo mismo que a tu madre, ese es mi más grande anhelo y es lo que me da fuerzas para seguir en esta hermosa labor.
Mi hija, con lágrimas en los ojos, me abrazó y me besó, y luego, me dijo al oído: “Te amó, papá, me da mucho orgullo que seas mi padre, aunque seas policía”.
¿Y tú… qué piensas de los policías?

por Marco